Javier Milei celebró que los delincuentes que evadieron impuestos y fugaron capitales en el pasado puedan blanquear el provecho de sus ilícitos. Postales de una melodía que endulza los oídos de una clase dominante que celebra la miseria, el saqueo de la riqueza nacional y condena a la etiqueta de resentidos sociales a todo aquel que decida pararse de manos.
280.000 personas que viven en este país, en apenas unos días, blanquearon 18.000.000.000 de dólares; un dinero equivalente a dos años de presupuesto de todo el ex Ministerio de Desarrollo Social y el Ministerio de Trabajo juntos. El dato, naturalmente, fue celebrado con la pobreza intelectual habitual que caracteriza al infeliz que ubicaron en la presidencia de la Nación.
Peor aún, anunció por las redes sociales -único lugar en que se le presta atención- que se encuentra trabajando para desmantelar la capacidad del Estado para establecer la identidad de las personas que cometerion delitos de lavado de activos, evasión tributaria y fueron beneficiados por el Congreso con su amnistía para blanquear ese dinero.
Con esa decisión, naturalmente, privaría -además- a 45 millones y medio de argentinos de conocer quiénes son los otros 280.000 que amasaron semejante fortuna en la más absoluta oscuridad legal, y lo blanquearon solo cuando les garantizaron impunidad y la avaricia de no tributar un solo centavo por la rentabilidad que registraron.
Hay que reconocerlo, los blanqueos de capitales para evasores y fugadores de divisas no es patrimonio de este gobierno. Leyes semejantes acompañaron a todos los gobiernos desde la restauración democrática, como herramienta para aliviarle la rentabilidad a una minoría privilegiada.
Sin embargo, el delirante anuncio de estar trabajando en actos previos a la comisión de un delito, exhibe con nitidez el estado de salud de una democracia, vacía de todo contenido, que no haga a los pliegos de demandas de las clases dominantes, adicta al sufragio como gambito que justifique y exalte su existencia. Además, echa luz sobre una nueva etapa en la que el poder económico demanda que se celebre su riqueza, se la admire, se la proteja socialmente y, además, se los considere benefactores de un tiempo plagado de miseria para la mayoría.
Ahí anda Milei buscando cautivar los oídos de una nueva clase dominante, abrazada al tecnofeudalismo como mecanismo de reproducción de su prepotencia económica, que no solo demanda que le admiren la riqueza, sino que señala a todo pensamiento crítico que identifique sus atrocidades como portador de resentimiento social.
Paradojas de un tiempo en el que la gente de bien, es justamente aquella que asimila las asimetrías sociales sin chistar. Una distopía descabellada, en la que el formateo de un sentido común suicida y las formas obscenas de un emergente idiota al frente de un circo de subnormales, operan como pantalla para una inédita profundización del colonialismo en nuestra Patria.
Precipicio moral
El occidente colectivo que conducen Estados Unidos e Israel está en una ciclo de debacle hegemónica, y en el derrotero por no perder más poder en la enorme crisis que producirá el nacimiento de un nuevo órden global multipolar, va dejando la vulgar demostración de la cloaca ética y moral que acompaña sus discursos legitimantes.
El salvajismo ideológico de las nuevas clases dominantes que emergieron en el centro de ese occidente colectivo, es el que impone mecanismos grotescos para que la normalidad sea reivindicar la masacre de niños y mujeres, y se condene a la censura o a la identificación de terrorista, a todo aquel que señale las atrocidades que se cometen al paso de un genocidio.
Ese occidente, que alguna vez fabricó las democracias restringidas, ahora las moldea hasta el borde de extinguir los atributos mínimos que, en teoría, explicaban la naturaleza de un modo de organización social y política que exaltaba libertades, derechos y garantías.
Argentina, inmersa en el espectáculo de una gobernanza descabellada, es un testimonio nítido de la potencial clausura de esa democracia postrada.
No existe medio de comunicación hegemónico, cámara empresarial, gerente de multinacional, emabajada de Estados Unidos, ni dirigente político que trabaje para alguno de ellos, que señale como democracia al gobierno en el que un presidente se pare frente al país y les diga a los empresarios que “les va a pegar un baile morboso” cuando les pase la motosierra por su estructura de privilegios.
Menos aún que elabore protocolos policiales en los que se encarcele en forma automática a todo aquel que subfacture una exportación, sobrefacture una importación, evada normas aduaneras o tributarias. Que considere encubridores a los familiares de los empresarios que evadan impuestos, fuguen guita y laven capitales. O que censure a todo aquel periodista que cuestione sus fundamentos o reprima cualquiera que decida protestar.
Es más, ninguno de ellos consideraría democrática la práctica de comprar voluntades para obtener atributos institucionales que permitan nacionalizar empresas a tiro de decreto, recuperar para el país el comercio exterior de granos, recuperar la centralidad en la decisión de utilizar el gas y el petroleo para el desarrollo industrial de nuestro país, alterar contratos de multinacionales y nacionalizar recursos que no estén destinados a generar trabajo argentino con el agregado de valor suficiente.
Y menos aún, si además, se le exige un perfeccionamiento ideológico compulsivo a todo componente del Estado que no esté dispuesto a defender los intereses y las urgencias de las mayorías, en perjuicio de los intereses de Estados Unidos, Israel y las multinacionales que capturan la parte principal de la riqueza que genera el país.
Sin lugar a dudas, esas decisiones tan necesarias para el país, aunque el sufragio las respaldara, no serían reputadas como democráticas por los mismo personajes que hoy están dispuestos a aplaudir a una persona con claro sesgo cognitivo deteriorado, que oficia como profeta de un nuevo sentido común, moldeado para satisfacer los oídos de una minoría parásita, antinacional, cobarde y antipopular.
Y aún así, aparecen como decisiones ineludibles para cualquier ciclo de organización política y económica del país, que pretenda sacar a la Argentina de la actual estructura de dependencia económica y colonialismo político que la atraviesa dramáticamente.
Postales
3 drones, 4 computadores portátiles, 8 rastreadores sateliteales y 22 rastreadores SPOT fueron donados por Inglaterra a la Ministra Patricia Bullrich para combatir el crimen, quien posó sonriente con sir Philip Barton, del servicio diplomático británico. La donación de una potencia que mantiene ocupada nuestro territorio a un gobierno que decide ofrecerle negocios económicos y silenciar el reclamo soberano sobre nuestras Islas Malvinas, es un insulto a la dignidad nacional.
Esa donación insultante, se da mientras multinacionales al servicio de la corona británica, como Río Tínto, se quedan con recursos valiosos de cobre y cartelizan el negocio del litio. O el anuncio de la anglo australiana Unico Silver Limited que se queda con Cerro León en Santa Cruz para la producción de plata. La misma Inglaterra que extiende licencias petroleras y pesqueras desde su enclave colonial en Malvinas a empresas que saquean nuestro territorio marítimo.
Represas hidroeléctricas, yacimientos petroleros, extracción de gas, logística, comercio exterior de granos, nuestra propia aerolíneas de bandera y empresas estretégicas son objeto de un saqueo que naturaliza las postales de la agenda política semana tras semana.
Tiempo perdido
Las consecuencias fatídicas de un tiempo en que se aseguran negocios financieros escandalosos, se desmantela la capacidad del Estado para planificar nuestra economía y se asegura la edificación de un programa al servicio geopolítico de una potencia en declino y grandes consorcios empresarios atravesados por una ideología salvaje, se terminarán pagando en un tiempo de nuestra Patria que testimoniará un dolor social enorme.
La resolución de las múltiples crisis que emergen en éste tiempo a escala global, demanda en clave nacional, la construcción de una agenda profundamente nacionalista y visceralmente popular. La enorme tarea de este tiempo debiera ocupar los esfuerzos colectivos en acumular poder político para fortalecer un programa de salvación nacional frente al colonialismo que inundó al sistema político en cada rincón de su forma de reproducción institucional.
El tiempo que transcurre en exponer tensiones personalísimas o exponer críticas a las formas superficiales que resguardan de toda crítica el saqueo que sufre nuestra Patria, terminará empujando al mismo fuego de la crisis el acumulado político de dos décadas.
Es tiempo de pensar la Patria. Es tiempo de cuidar al Pueblo. Y sobre ese sendero empezar cada vez.
CREDITO: Infonativa.com