Para dimensionar la centralidad que han adquirido las casas de apuestas deportivas online en la cotidianeidad de millones de argentinos (aunque muchos ni lo sepan), sólo basta observar algún fragmento del último superclásico del fútbol nacional, disputado el pasado 21 de abril en la ciudad de Córdoba. Los main sponsors de los principales clubes hasta hace algunas décadas eran empresas cerveceras, luego bancos y más cerca en el tiempo, aerolíneas internacionales. En la actualidad, son operadores de juegos de azar en línea. La publicidad estática en los campos de juego, los pop-ups y los anuncios televisivos durante los partidos, del mismo modo, han sido copados por los casinos online.
Como consecuencia, un problema que anteriormente implicaba presencialidad, esto es, la ludopatía tradicional, vinculada a las apuestas en los casinos físicos o en las carreras de caballos, con el auge de internet y las nuevas tecnologías, se ha desplazado hacia el mundo de la virtualidad. Esto trae aparejado el agravante mayúsculo de que se puede apostar las 24 horas al día, los 365 días al año, en cualquier lugar del mundo. Tan sólo se necesita un celular con datos y algo de efectivo en una billetera virtual o una tarjeta de crédito.
Si bien es cierto que las apuestas online existen desde fines de la década del noventa, resulta irrebatible que la pandemia de coronavirus y sus derivaciones en cuanto a aislamientos y restricciones de circulación, potenciaron superlativamente la magnitud de este fenómeno, sobre todo en adolescentes. Los docentes, rápidamente, fueron los primeros en identificarlo y advertirlo.
La psicóloga María del Carmen Virgili explica: “Hoy la ciberludopatía se presenta en edades tempranas, desde los 14 o 15 años hasta los 25 inclusive”. Algunos estudios -aunque no existen estadísticas oficiales- refieren que, a partir de la pandemia, el juego online aumentó en el país alrededor de un 70%, lo cual en algún punto se corrobora con el desembarco y proliferación en los últimos años de plataformas de apuestas deportivas en las provincias argentinas. En este sentido, Virgili agrega: “Vas por la calle y tenés un montón de publicidad que te incita al juego en línea, lo mismo pasa con el uso de figuras públicas como artistas o deportistas que prestan su imagen para determinadas marcas de juego y que son muy seguidas por los jóvenes”.
Resulta impresionante que hoy este universo virtual sea tan parcializado y segmentado. Cuán lejos queda el prehistórico PRODE, esa apuesta futbolística que cautivó a generaciones de argentinos, y que se jugaba en una simple boleta con 13 partidos, en los que había que arriesgar por el triunfo del local, del visitante, o bien por el empate; es decir, solamente 3 opciones posibles. Ahora las variantes son infinitas e insólitas: desde cuándo se pateará un corner en algún partido de la liga de Kazajistán hasta resultados en los deportes gaélicos, prácticamente todo está a tiro de ser apostado.
Hace poco, un diario reveló la historia de un adolescente de 14 años que, luego de empezar jugando por pequeños montos en los recreos escolares, cayó en un impulso desenfrenado, que lo llevó a vender sus pertenencias, joyas y ahorros familiares: todo para seguir apostando. Cuando las pérdidas se hicieron irrecuperables, intentó quitarse la vida ingiriendo un tarro entero de codeína. Afortunadamente, su madre logró evitar la tragedia y en la actualidad se encuentra en recuperación. Él le decía que tras cerrar los ojos e intentar dormir, seguía viendo el continuo de números girando en la ruleta sin interrupción. Porque el juego virtual, evidentemente no se reduce a las apuestas deportivas, sino que también abarca una vasta gama de otras actividades realizadas en plataformas digitales, como tragamonedas, ruleta y póker.
En Argentina recién en los últimos años se comenzó a encarar con algún ápice de responsabilidad la temática de la salud mental. La explosión de la ciberludopatía, según los especialistas, está vinculada a la pandemia y la pospandemia, pero también a la falta de proyectos y perspectivas, a la alteración del sueño, al bajo rendimiento académico, a la fragilidad de los vínculos, a la depresión y la ansiedad y una larga lista de etcéteras que podrían encajar en las vidas de muchos jóvenes, siendo una realidad transversal a todas las clases sociales, aunque se da mucho más en los varones que en las mujeres.
Mauro Libertella recientemente publicó el libro “No va más”, especie de biografía del periodista Nicolás Cayetano, en el que relata de manera descarnada su adicción al juego, con el loable fin de poner el tema en agenda y concientizar al respecto. En una entrevista, Cayetano admitió: “En un momento perdí el departamento que me había regalado mi abuela. Ese fue el punto más bajo adonde llegué. También perdí un auto. Pero hice una jugada, como una trampa: me compré otro en cuotas, entonces dije que, en realidad, había cambiado el auto. Hacía todo así, legal pero raro, para que nadie se diera cuenta”.
El quid de la cuestión parecería radicar en el rol de la escuela y en qué puede hacer el Estado frente a esta problemática que, proyectada a futuro, se convierte en muy alarmante. Resulta redundante aclarar que en el país no existe una ley nacional que regule y aborde integralmente el mercado de apuestas (cada provincia reglamenta de manera autónoma), como sí sucede en otras legislaciones del mundo. En España, por caso, se establecieron límites a la publicidad del juego en la radio y la televisión: sólo se permite de 1 a 5 de la madrugada, entre otras medidas. En Inglaterra, los clubes de la Premier League llegaron a un acuerdo colectivo recientemente, para retirar el patrocinio de los juegos de azar de la parte delantera de sus camisetas a partir de la temporada 2025-26.
Uno de los pocos dirigentes con visibilidad nacional que se ha manifestado últimamente al respecto es Juan Grabois, quien al menos está sugiriendo un curso de acción posible. Los partidos políticos deberían salir de la burbuja en la que están inmersos e involucrarse activamente desde enfoques multidisciplinarios para no llegar (como en tantas cosas) demasiado tarde. En la legislatura bonaerense se han presentado proyectos que buscan ponerle mayores obstáculos al acceso de niños y adolescentes a las plataformas; por ejemplo, exigiendo datos biométricos cada vez que se pretende ingresar. Hoy, pese a que las apuestas son legales a partir de los 18 años, es relativamente sencillo adulterar los datos, crear perfiles falsos y acceder al instante.
Sin embargo, se trata de un problema hiper complejo y transversal, en el que las competencias y obligaciones son compartidas y, como señala Solana Camaño: “El acuerdo común entre los especialistas es que la responsabilidad recae en diversos actores: las familias, la escuela, los medios de comunicación, los influencers, los dueños de las plataformas digitales y el Estado. La política pública tiene todos esos frentes que abarcar”.