Murió el papa Francisco, un vendaval social y reformador en la Iglesia Por Íñigo Domínguez (*)

21-04-2025 Opinion

El papa Francisco ha fallecido este lunes a los 88 años, según ha anunciado el cardenal Kevin Joseph Farrell, camarlengo del Vaticano, el cargo que tras la muerte de un Pontífice asume la autoridad en la sede vacante. La Santa Sede lo ha hecho público a las 9.52 con un comunicado: “Hace poco, su eminencia, el cardenal Farrell, ha anunciado con tristeza la muerte del papa Francisco, con estas palabras: ‘Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7.35 de esta mañana, el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados. Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Uno y Trino”. En Roma, ya suenan las campanas de luto en todas las iglesias.

Francisco, que salió del hospital el pasado 23 de marzo tras una larga hospitalización de 37 días por una grave neumonía, apareció en público por última vez este domingo en la plaza de San Pedro, para dar la tradicional bendición Urbi et orbi. Se le veía notablemente fatigado, apenas podía hablar y solo deseó una feliz Pascua a los fieles. Luego dio una vuelta por la plaza en el papamóvil, una escena que ahora se convierte en su despedida de la multitud. Su último encuentro conocido fue con el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, a quien recibió en una audiencia privada. Francisco era un severo crítico de la Administración de Donald Trump, arropada por el catolicismo ultraconservador de EE UU, y en el momento actual una de las preguntas decisivas que ahora queda en el aire es cuál será la actitud del próximo Pontífice.

Francisco ha cumplido un mandato de 12 años, desde que fue elegido en 2013 en un momento histórico, tras la dimisión de Benedicto XVI. Joseph Ratzinger renunció cansado y derrotado por las intrigas palaciegas y la corrupción de la Curia, y por verse impotente para emprender las reformas internas que requería el Vaticano, desde el banco de la Santa Sede al escándalo de la pederastia. Jorge Mario Bergoglio, argentino, jesuita, fue el elegido para emprender una renovación en la Iglesia católica, ponerla al día y acometer reformas pendientes. Con un carácter a veces impulsivo y enérgico, desde luego ha pasado como un vendaval en lo social, con una crítica sin precedentes al sistema capitalista actual, y en las reformas internas, con resultados desiguales. Por el camino ha abierto fuertes divisiones.

Para el sector más conservador de la Iglesia, ha ido incluso demasiado lejos, y se ha abierto un auténtico frente contra él, que lo ha visto prácticamente como un peligroso Papa populista de izquierdas. Pero las enormes expectativas que despertó también han desilusionado en ocasiones a los más progresistas, que esperaban cambios más profundos en la reforma de la Curia, el aumento de la colegialidad en las decisiones, la ordenación femenina o en doctrina sexual. En uno de los problemas clave, la lucha contra la pederastia, se ha implicado a fondo con normativas y decisiones drásticas ―hizo dimitir a toda la conferencia episcopal chilena―, pero el resto de la jerarquía, los obispos de cada país y la burocracia vaticana no siempre le han seguido y han opuesto resistencia.

Han sido 12 años que han supuesto una revolución en muchos ámbitos en la Iglesia, empezando por el hecho de que durante nueve años convivieran dos pontífices, hasta el fallecimiento de Ratzinger el 31 de diciembre de 2022. Esta situación dio mucho que hablar y debatir en su día, pero el tiempo ha demostrado que apenas causó problemas. Y ha sentado un precedente.

Lo cierto es que tan solo con su elección Francisco fue el primero en muchas cosas: primer papa americano, primer papa no europeo desde el siglo V, primer papa jesuita, y el primero en llamarse Francisco, una elección de nombre que ya lo dijo todo. Ningún pontífice antes se había atrevido a llamarse como un santo radical que se enfrentó a la pompa vaticana y dedicó su vida a los pobres. Lo eligió por las palabras que le dijo el cardenal brasileño, Claudio Hummes, al abrazarle tras su elección como pontífice: “No te olvides de los pobres”. Francisco no lo ha hecho, y también ha sido alérgico a los usos y costumbres tradicionales de los papas, buscando la sencillez y el trato directo.

Jorge Mario Bergoglio, descendiente de inmigrantes italianos piamonteses, nació en Buenos Aires en 1936 en una familia humilde del barrio de Flores. Se licenció en Química, luego en Filosofía y entró en los jesuitas en 1958. Fue provincial de la orden en Argentina entre 1973 y 1979, durante la dictadura militar, y desde su cargo ayudó a huir a varios perseguidos políticos. Esta experiencia marcó su visión política, como el hecho de ser hijo de inmigrantes y su entusiasmo juvenil por el peronismo.

Sin embargo, luego fue relegado unos años dentro de la Compañía, un periodo que él mismo definió como “oscuro”, hasta que en 1992 fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires por Juan Pablo II. A partir de entonces su figura crece ―fue cardenal en 2001―, hasta el punto de que, en 2005, tras la muerte de Karol Wojtyla, era un papable claro, y ya fue uno de los más votados en el cónclave. Finalmente, fue elegido Benedicto XVI, una solución de continuidad tras el largo pontificado de Juan Pablo II, pues el rumbo a seguir era incierto.

La dimisión de Ratzinger volvió a poner a la Iglesia en la misma tesitura, y en esa ocasión Bergoglio fue elegido rápidamente. Tenía 76 años y se intuía ya que su pontificado sería breve, pero se buscaba un periodo de ímpetu reformador. La revolución de Francisco se tradujo principalmente en lo social y en su abierta crítica a los excesos del sistema económico actual, la más directa de un pontífice hasta ahora. Con una especial preocupación por la ecología y el cambio climático, un asunto al que dedicó nada menos que su primera encíclica, Laudato si, en 2015, (la anterior, Lumen fidei, de 2013, era en realidad una que había dejado a medias Benedicto XVI y él completó). Incidió aún más en su crítica en la siguiente, Hermanos todos (2020), que arremetía contra el neoliberalismo y el populismo. La cuarta y última, Nos amó (2024), fue la más teológica y espiritual, una llamada a actuar con el corazón, más allá de la lógica del dinero y de la frialdad de los algoritmos.

Francisco ha sido el Papa que ha pilotado la entrada de la Iglesia en el siglo XXI, afrontando los dilemas actuales (y con una cuenta en Instagram desde 2016). Ha abierto caminos aún inciertos que tocará a su sucesor ver cómo recorrer. La aceptación fraternal de homosexuales y transexuales, permitiendo la bendición de parejas y que sean padrinos; la entrada de las mujeres en altos cargos de la Curia y una llamada a “desmasculinizar la Iglesia”, aunque ha congelado el asunto más polémico, el de la ordenación femenina; el acercamiento a los divorciados que se han vuelto a casar.

Si hay una palabra que resume la prioridad de su mandato es “periferia”, de quien está al margen de la sociedad, de la ciudad, de las fronteras, quien se halla lejos del poder. Se ve en sus viajes, 47 a 66 países, en los que casi siempre ha evitado las grandes potencias o países de fuerte tradición católica, como por ejemplo España, donde no ha ido nunca. Solo se planteó ir a Canarias, por la crisis de las llegadas de inmigrantes desde África. Su primer viaje, de hecho, ya definió su línea: fue a la isla italiana de Lampedusa, punto de llegada de migrantes. A ellos y a todos los hombres, creyentes y no creyentes, quiso dejar en su autobiografía, publicada en enero de 2025, un mensaje reducido a una palabra, el título del libro: esperanza.

En su mandato ha encontrado una gran oposición interna en sectores conservadores, que ha llevado a protestas de grupos de cardenales y campañas en su contra. Esto ha creado grandes expectativas de corrección de ruta en el próximo cónclave en este ámbito de la Iglesia. En todo caso, la elección del futuro papa también será en condiciones históricas: el mayor número de cardenales, 136, frente a los 115 de las últimas dos ocasiones, y el mayor número de países de origen, 71 (48 y 52 en los anteriores), que han hecho que Europa y el mundo occidental pierdan su centralidad. Además, Bergoglio ha elegido al 79% de los cardenales, con criterios que se han saltado la lógica tradicional y la mayoría de ellos son muy desconocidos. Por eso se prevé un cónclave más largo ―los dos últimos, en 2005 y 2023 duraron solo día y medio― y quizá un Papa que constituya otra gran sorpresa.

 

(*) Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en El País de España. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

(Fuente: esta columna fue publicada este lunes en El País de España)

Autor: Oscar Arnau